El estado feroz: manual de instrucciones (con Pablo Elorduy)
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De la lectura de “El Estado feroz”(Verso, 2024) y de la conversación Pablo Elorduy, no se desprenden los conceptos más trendy de la politología patria ni de la internacional tertulianista -¿Ha dicho uted “inquiocupa? ¿inqué?-. Se sigue, más bien, una fascinación por la reciente ubicuidad de algunos conceptos -¿de verdad está el señor ministro hablando de lawfare en la Ser? ¿a partir de qué número de podcast de éxito las cloacas pasan a ser vertederos a cielo abierto?- junto con el temor a que se despoliticen por completo en el mercado de las ideas. Donde hay más mercado que ideas y cotizaciones sobre todo a la baja. Jugar a la antropología del Estado es bajarlo del pedestal de héroes y santos para ponerlo en tierra. A pie de lobby, de cultura profesional y de familia extensa -Enhorabuena, después de dos abogadas de Estado, por fin han tenido ustedes el técnico de comercio que tanto buscaban-. Implica tomar el Estado no como lo que debería ser, sino como lo que es. Y el Estado es primero una organización estable, y, ya luego si eso, democrática. El “ya si eso” es el artista anteriormente conocido como política, donde nos jugamos ciclo a ciclo, si gana a) la tendencia democratizadora que subordina el estado a la soberania popular y nutre el circuito virtuoso de derechos, garantías y ampliaciones de la vida o b) el sentido patrimonialista y censitario de quienes ponen orden cuando la cosa se desmadra. Estado feliz y Estado feroz, dice Elorduy. En España ha habido mucho del segundo y menos del primero. Sin licenciarse nunca, el Estado feroz sale a pasear sobre todo cuando la tensión entre esas dos tendencias se desborda y la democracia amenaza la continuidad en la dirección política del Estado y el poder de los dueños de las cosas. Que seamos sinceras/os: se asustan con cualquier cosa. Con cositas muy pequeñas. Con cualquier cosa que se considere una amenza o una posibilidad, quién lo hubiera dicho, de que la dirección se aleje de la influencia exclusiva de los viejos grupos titulares de la administración (ya sea del estado o de las empresas) y ese poder se derrame de forma más distribuida. Por eso los tiempos de crisis son tiempos de Estado feroz. Y crisis no nos faltan. Si usted lleva algunas décadas con los pies en algún territorio del Sur, incluso del Sur de Europa, no le resultarán extrañas las últimas actualizaciones del sistema operativo del Estado, especialmente diseñadas para poder implementar una decisión política dura “venida de arriba a la derecha”, es decir, indeseada. Para estas funcionalidades de excepción, de traducción y regular administración de un dolor cíclico, el ingrediente democracia debe limitarse. El golpe de realismo al leer este manual de instrucciones sobre el Estado Feroz tiene, como muchas discusiones sobre lo real, un efecto ambivalente: ilumina pero asusta, esclarece pero puede paralizar. La amenaza de un shock impolítico por exceso de verdad. Si esto es así, no debe extrañar que la digestión masiva de todo esto se haga más en los programas del corazón y en el true crime que en las tertulias políticas, pero si lo primero le sabe a poco aquí dejamos que nos apriete la manita cuando vengan los sustos.
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